13. Tratamiento de Hombres con Problemas de Control y Poder (Portafolio Social 14)
TRATAMIENTO DE HOMBRES CON PROBLEMAS DE PODER Y CONTROL QUE EJERCEN VIOLENCIA CONTRA SUS PAREJAS
CARACTERÍSTICAS DEL TRATAMIENTO
Objetivo
Analizar aspectos importantes en la intervención que se realiza en programas psicoeducativos dirigidos
agresores de violencia de género
- Repasar temas que implican consecuencias para la implementación de programas de intervención
- Identificar dificultades relacionadas con el contexto del tratamiento, el agresor y el terapeuta
- Identificar retos que debe enfrentar el terapeuta en este tipo de intervenciones
La Organización Mundial de la Salud (2013) señala que se trata de un problema de proporciones epidémicas.
Puede entenderse como un intento por parte del agresor de perpetuar el control por medio del comportamiento violento.
La modalidad de violencia, las características del comportamiento y el grado de brutalidad, dependen de la historia de aprendizaje del agresor respecto al uso de la violencia, la tensión en el momento del incidente o la evaluación cognitiva sobre el comportamiento de la mujer
DIFICULTADES EN EL TRATAMIENTO
Estrategias centradas en visibilizar el problema, mejorar los medios para la atención de las víctimas y el endurecimiento contra los agresores
Este tipo de programas se aplican bajo tres condiciones:
- Mediante participación voluntaria
- Como consecuencia de una medida judicial que sustituye o suspende una pena privativa de libertad
- Como medida una vez que el agresor se encuentra en prisión.
- Debido al aumento de hombres condenados por violencia, la modalidad obligatoria es la más ejecutada y la que plantea mayores retos técnicos.
Tipo de formato: individual o grupal.
El tratamiento suele tener ser grupal, sin embargo hay que tener presente la posibilidad de intervenciones individuales.
Se apunta principalmente a la opción de un enfoque psicoterapéutico individualizado con intervención en aspectos positivos de los agresores, frente a un tratamiento de carácter psicoeducativo generalista mayor estructurado basada en factores de riesgo.
El fin último del comportamiento violento no suele ser el daño sino el control. Suele supeditarse al mantenimiento de esta posición.
Suele presentarlo como accidental utilizando mecanismos de negación, minimización y externalización de la responsabilidad.
Ausencia de conciencia del problema, comprensión distorsionada de la situación y deficiente capacidad empática.
El reconocimiento y la empatía deben constituirse como elementos fundamentales de los programas de intervención.
Mejora de la seguridad de la víctima, prevención de daños futuros, aumento de la conciencia sobre el daño cometido y cambio del sistema de creencias.
La intervención con esta población plantea problemas debido tanto a la dificultad para que el agresor asuma su comportamiento como a la baja motivación.
Al desarrollarse en un contexto coercitivo y de obligatoriedad la intervención se diferencia de un planteamiento terapéutico convencional.
Una de las primeras tareas será la búsqueda de activadores y movilizadores del cambio. Así, elementos como motivación, alianza terapéutica, habilidades del terapeuta o contexto concreto en el que el programa se desarrolla pueden intervenir en la eficacia.
Interrelación entre factores macro y micro no pueden analizarse de manera aislada, siendo necesaria una visión que contemple relaciones de influencia entre contexto, terapeuta, programa y agresores.
Revisiones muestran resultados discretos que se examina efectividad.
CONTEXTO DEL TRATAMIENTO
Caracterizada por limitación de la capacidad de maniobra y condicionada por:
- Contexto Judicial
- El programa que debe ser aplicado
- Enfoque del tratamiento
Una vez condenado el responsable, es necesario establecer un marco que le ofrezca la oportunidad de modificar su comportamiento.
Escenario de tratamiento distinto al de una terapia caracterizada por una mayor motivación para recibir apoyo y una relación de colaboración.
Condiciones iniciales muy diferentes a las que se producen en otros contextos de terapia (imposición del programa o requerimiento de informar al juzgado), lo que puede dificultar el establecimiento de la alianza terapéutica.
Este hecho puede resultar fundamental para evitar abandono e influir en la reducción del comportamiento violento.
La identificación de los terapeutas como parte del sistema es inevitable. Es fundamental afrontar este aspecto desde el principio, siendo claro en el enfoque de la intervención mientras se mantiene actitud empática.
El profesional debe ser capaz de separar el rechazo hacia la conducta violenta de su cualidad de seres capaces de cambiar y mejorar su forma de relación.
Transmitir al agresor la posibilidad de equilibrar el contexto coercitivo con el establecimiento de una relación de ayuda.
La creación y mantenimiento de una alianza requiere de habilidades y un alto nivel de competencia del terapeuta.
Algunas estrategias deben orientarse a:
- Ofrecer información para solventar dudas sobre el proceso penal, evitando activar mecanismos de defensa.
- Conectar con el proceso emocional que vive, asociado con sentimientos de rabia, impotencia, vergüenza y miedo por la pérdida de la pareja y de los hijos.
El impacto emocional provoca confusión en el agresor en un contexto en el que desconoce la dinámica judicial y sus consecuencias.
La atención genuina, la posibilidad de expresar sus sentimientos y la labor de contención y de información del terapeuta ayuda al agresor a generar un vínculo de confianza.
Si el agresor percibe que el terapeuta es competente aumentará su motivación y la posibilidad de establecer una buena alianza terapéutica.
SUJETO DEL TRATAMIENTO
Se producen dificultades derivadas de la problemática de los agresores,que suponen un reto para el terapeuta y para la intervención.
MOTIVACIÓN
- Baja motivación como consecuencia de la obligación judicial y evitar así el ingreso en prisión.
- No se incorpora con motivación interna y genuina de resolver su problema.
- Predisposición al cambio no es uniforme.
- El hecho de participar en el programa no garantiza el cambio.
- La falta de motivación inicial podrá variar a lo largo del proceso terapéutico, incluso en los casos más resistentes.
- Centrar la intervención sobre la motivación hacia el cambio debe ser un objetivo prioritario.
- Aplicación de estrategias de retención proactiva y motivacionales que fomenten el aumento de la motivación, su adherencia al tratamiento y disminuyan el riesgo de abandono.
CONCIENCIA DEL PROBLEMA
- La negación de la violencia o la minimización de su gravedad representan un comportamiento habitual.
- El agresor no identifica su conducta como delito ni el impacto que supone para la víctima.
- Se externaliza la responsabilidad culpando al sistema o a la víctima.
- El agresor desarrolla mecanismos de defensa que se traducen en resistencia al tratamiento.
- La actitud directiva por parte del terapeuta disminuía la atribución de la responsabilidad a la víctima, y la actitud empática disminuía la tendencia a la negación del problema.
- Puede resultar más efectivo un estilo firme que exprese apoyo evitando la confrontación directa.
- Se destaca la importancia de establecer un vínculo adecuado con aquellos que externalizan la responsabilidad y muestran resistencia a la intervención.
- En estos casos se sugiere la necesidad de evitar la confrontación en etapas iniciales de la terapia para no interferir negativamente en el establecimiento de la alianza terapéutica.
- Parece necesario que el terapeuta maneje un estilo flexible que haga posible la asunción de la responsabilidad, el reconocimiento del problema y el afrontamiento de los mecanismos de defensa.
- Esta flexibilidad debe mantener un equilibrio entre el cuestionamiento de las distorsiones cognitivas sobre la mujer con el uso de la violencia y una actitud empática que refuerce los pequeños cambios.
AJUSTE PSICOSOCIAL
Estudios señalan la existencia de sintomatología depresiva entre agresores, sugiriendo la necesidad de tratarla con el fin de reducir riesgos de reincidencia.
Estudios indican que los agresores tienden a tener una imagen distorsionada de sí mismos. Las intervenciones podrían incluir estrategias encaminadas a desarrollar una autoimagen y autoestima ajustadas a la realidad.
Se sugiere que el objetivo potencial en los programas de intervención no debe ser sólo el ajuste psicológico sino también sus determinantes psicosociales. Entre los que se destaca apoyo social y eventos vitales estresantes.
El aislamiento social, la ausencia de una red de apoyo y la acumulación de eventos estresantes se encuentran relacionados con el desajuste psicológico y la conducta violenta de manera que no sólo incrementa su probabilidad de ocurrencia, sino también su continuidad en el tiempo.
El apoyo social puede ayudar a resolver conflictos en relaciones íntimas y funcionar como factor protector. Puede ayudar a afrontar de forma adecuada eventos estresantes y proporcionar recursos para solucionar conflictos.
Es frecuente que entre los objetivos de la terapia se implemente el entrenamiento en estrategias de afrontamiento, técnicas de control de estrés, restructuración cognitiva y técnicas de solución de problemas, así como otras técnicas utilizadas en acercamientos cognitivo-conductuales, que pueden ayudar a a afrontar eventos vitales estresantes y resolver conflictos y problemas de forma adaptativa y exenta de violencia.
ACTITUD HACIA LA TERAPIA Y HACIA EL TERAPEUTA
- Es habitual que el terapeuta se encuentre con actitudes hostiles y desvalorización de sus intervenciones.
- El terapeuta representa la cara de un sistema que considera injusto y culpable de la situación en la que se encuentra.
- El agresor suele tratar de mantener el poder en la relación terapéutica a través de manipulaciones que intentan culpabilizar al terapeuta.
- Ante una situación que no controla, la tendencia es descargar de forma hostil sobre el terapeuta la rabia e impotencia que siente.
- En una etapa avanzada pueden producirse resistencias a reconocer el comportamiento violento por miedo al juicio de los demás o a las posibles consecuencias judiciales que pudieran derivarse.
- Es habitual que el agresor trate de mostrar una versión positiva de su predisposición al cambio para adaptarse al contexto y evitar posibles informes negativos al juzgado, por lo que, para detectar el comportamiento real, parece imprescindible el acceso a fuentes de información colaterales.
- Algo a tener en cuenta por parte del terapeuta son los aspectos del programa que el agresor valora positivamente.
- Se valoran contenidos relacionados con la responsabilidad sobre su comportamiento, la motivación para cambiar, el control de la ira y autocontrol y las estrategias para poder evitar la violencia en el futuro.
LA FIGURA DEL TERAPEUTA
La primera dificultad es la definición de su rol, el cual va a alternar entre una versión orientada hacia la
ayuda y otra hacia el control.
El terapeuta debe ir compaginando dos roles. Como agente de ayuda y, por otro, como agente perteneciente al sistema que debe informar y controlar los avances. Esto suele generar conflictos en el terapeuta, al tener que informar y tomar decisiones que pueden tener consecuencias.
La ausencia de avance terapéutico o con actitudes de hostilidad hacia su figura pueden generar en el terapeuta sentimientos de enfado, frustración, impotencia y desgaste emocional, pudiendo llegar al burn-out.
El terapeuta debe poseer buena auto gestión y control emocional que le permita detectar y manejar estas emociones. Resultará esencial que posea altos niveles de tolerancia a la frustración ante las resistencias y el fracaso de algunas intervenciones, ya que forman parte del proceso de tratamiento.
Realizar una buena gestión emocional puede verse favorecido por el apoyo de una figura de supervisión
y de apoyo institucional. El trabajo con una población poco motivada y resistente al tratamiento o las demandas del contexto judicial hacen esta tarea compleja.
CONCLUSIONES
El futuro de este tipo de programas pasa por encontrar un equilibrio en atender la demanda institucional y social sin perder de vista la demanda terapéutica. El atender estos factores de manera conjunta y efectiva es el mayor desafío de este tipo de programas. El cumplimiento de dichas demandas institucionales, la atención a los contenidos de los programas que mantenga la integridad de los tratamientos y la permanen te alerta ante los factores de riesgo, pueden dificultar la conexión con las vivencias personales de los participantes y sus necesidades terapéuticas individuales. Desde una visión psicoterapéutica, hay que atender a las necesidades de cada individuo y considerar aspectos como la alianza, motivación o características individuales. Es importante establecer acuerdos entre el terapeuta y el agresor sin perder de vista los objetivos. El terapeuta debe poseer capacidad empática para no personalizar los ataques ni cuestionarse su intervención. Debe ofrecer un rol alternativo de apoyo, que trate de desmontar creencias basadas en que las relaciones interpersonales requieren de coerción y control. El terapeuta debe ser asertivo para manejar y poner límite a la agresividad dirigida hacia él. También será necesaria una actitud segura que mantenga y facilite el encuentro terapéutico. Para el manejo de pacientes hostiles y altamente resistentes, el terapeuta debe ser capaz de modular su estilo terapéutico y aplicar un proceso previo motivacional que se caracterice por una actitud empática, que evite la confrontación y refuerce los cambios positivos y la predisposición para trabajar. Probablemente al comienzo de la intervención se requiera de un estilo más directivo y participativo, clarificando el contexto de trabajo y estableciendo las reglas de la intervención, una vez que los agresores asumen la situación de obligatoriedad y comienzan a ver beneficios en participar, esta situación puede y debe cambiar. A partir de este momento, el terapeuta puede tener la posibilidad de actuar como agente facilitador de cambio sin que sean necesarios límites tan estrictos y donde cabe esperar que los penados participen desde su propia motivación.
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